El principio más importante de
cualquier democracia, radica en que la soberanía de la nación reside en el
pueblo y que dicha soberanía se ejerce
por medio de los poderes de la Unión y de los Estados, dando como resultado el que la renovación de los poderes
Legislativo y Ejecutivo se realizan por
medio de elección popular, lo cual, en teoría es una excelente fórmula para dar
un fundamento practico al ejercicio democrático.
Pero para poder llevar a cabo
este modelo de gobierno, aquellos candidatos a ocupar los puestos de elección
popular, deben de tener al momento de postularse un plan de gobierno que
satisfaga las necesidades del colectivo y se ajuste a la realidad de cada ente
territorial, así como también, el control posterior por parte de aquel que ha
emitido su voto. Y es en estos dos puntos
en donde falla la democracia.
Para el ciudadano común, que rige
su mundo de preocupaciones en la cotidianidad que marca su entorno familiar y
social, el estar al pendiente de aquellas decisiones que tome el Ejecutivo o el
Legislativo, es una tarea que solo la realiza esporádicamente al momento de
leer en las redes sociales o por el comentario realizado por un vecino o amigo
(en ocasiones sin fundamento) y que solo lo utiliza para tener un objeto de
conversación en alguna reunión al son de unos tragos expiando ese mea culpa cuando Baco se hace presente.
La otra cara de la moneda es el
funcionario electo, que no tiene la más remota idea de lo que está haciendo y
que sigue un patrón ya delineado, en el que, se deben de hacer grandes reformas
y grandes cambios porque según su criterio “todo está mal”. Y es debido a este
ímpetu quijotesco, que se lanzan en una cruzada de reformas legales y ejecución
de proyectos de alto impacto social (según ellos) sin tener el más mínimo
estudio realizado con antelación y que debían de tener en su plan de gobierno.
Un claro ejemplo lo hemos
observado en la llamada ampliación del Bulevar Costero en la ciudad de
Ensenada. La falta del Estudio de Impacto
Ambiental, el desconocimiento de la normatividad nacional e internacional (porque
ahora se debe ver también la internacional) y basados en un argumento que
radica en que “El recurso tiene que ser gastado o sino se pierde” invita a la reflexión
de si el colectivo ha elegido de acuerdo a las propuestas presentadas o se ha
dejado llevar por el populismo, creando la incertidumbre de saber quién está
peor: si el que se pone a ver al cielo a la nada o el que se detiene al lado y
levanta la mirada a buscar lo que el otro está viendo.
Es de aclarar, que a los humildes
ojos de este escritor, no todos los servidores públicos son ineptos, existen
muchos que realizan su labor y luchan contra un sistema sacando adelante buenos
proyectos y buenas reformas, así como, velando por impartir justicia. Tampoco
es de decir que todos los ciudadanos son una manada de ignorantes. Hay olas y
olas de personas ilustres que cada día con su ejemplo, accionar y su interés en
el bien común, buscan crear una sociedad digna y crear en el debate un espacio
que genere nuevos ideales en pro de la comunidad.
Así que si al momento de leer
esta columna se siente aludido por su falta de diligencia e incapacidad como
funcionario público o su pequeña visión
de lo que es un ciudadano, pues ya saben que dice el dicho: “al que le quede el
saco, que se lo ponga”